sábado, 5 de enero de 2013

El dueño de la pelota

En nuestros tiempos de niñez era común encontrarse en algún descampado del barrio o sino en algún potrero de la chacra de algún compañero de escuela y/o amigo y ponernos a jugar el fútbol. Tiempos lindos y de compartir, más todavía en el verano cuando al “partido” se sumaba una linda lluvia. Por lo menos en nuestro barrio éramos bastante humildes y no teníamos zapatillas para el fútbol, era a pata mismo el tema; los toritos en el pasto también eran un gran desafío. A veces había que pensar en la pelota, en la gambeta al compañero y también mirar donde se pisaba pues hincaban lindo “los toritos”.
Había siempre un tema bastante incómodo que era “el dueño de la pelota”. Cuándo nos íbamos a un lugar y “alguien” era el “dueño de la pelota” se complicaba el tema, pues allí las reglas tenían que ser de acuerdo con lo que aprobaba o no el “dueño de la pelota”; pobre de aquél que le llegara a gambetear y sacarle la pelota; cometía falta y era expulsado del partido por el simple hecho de jugar un poco mejor que él.
Por otro lado cuando la pelota era de “todos” o de algún adulto que nos la prestaba era lo más divertido pues allí estábamos en igualdad de condiciones y no había ningún caprichoso que interrumpía el partido y/o nos dejaba sin pelota para jugar. Muchas veces hemos caminado unos cuantos kilómetros (o ido en bicicletas) para jugar 10 a 15 minutos y tener que interrumpir el partido porque se le antojaba al “dueño de la pelota” que no quería más jugar y con “su” pelota nadie, entonces, jugaría.
Lo particular de esta situación es que se podría entender sin problemas, cuando uno llegó a ser adultos, que son cuestiones típicas de la niñez y del crecimiento y autoafirmación de las personalidades; quizás algún buen psicólogo podría explicar que significa esto para los/as niños.
Sorprendente para mí es encontrar a muchos adultos que siguen con esta dinámica, muchos son profesionales, tienen carreras universitarias y siguen con esta dinámica, o mejor, la reflejan en sus prácticas comunitarias; dónde solamente ellos/as pueden decidir lo que hace el colectivo pues tienen este síndrome de “dueños de la pelota”. Hacen de todo para que el “partido” sea de acuerdo con “sus reglas”, en el momento que no pueden hacer que esto sea realidad simplemente entorpecen cualquier desarrollo comunitario y/o institucional. Hay un dicho que se dice mucho por acá: “poner palos en la rueda”; es la práctica del “dueño de la pelota” si el “partido” sigue desarrollándose y él/ella no puede impedirlo, entonces tiene que hacer de todo para entorpecer la realización.
He visto este tipo de prácticas en muchos lugares; es increíble ver como se multiplica este síndrome (seguramente no se llama así) del “dueño de la pelota”, incluso hay algunos que ya están jugando en otra cancha y siguen poniendo “palos en la rueda” en la cancha que quieren dejar. Pero descontentos consigo mismo hacen casi imposible a los otros una vida comunitaria sana y equilibrada.
El tema deja de ser una cuestión de fe, de principios y/o de ética, simplemente hay que hacerle imposible la vida a los otros porque “el dueño de la pelota” es quién tiene que determinar cómo se juega, a qué ritmo y en qué condiciones. Son tan caprichosos/as como los niños/as que tienen estas actitudes, no les importa para nada la dedicación y la predisposición de los/as otros/as; este razonamiento les impide visualizar la humanidad en el otro y por ende les impide mirarse a sí mismo con un/a igual a otros/as. Tienen que ser mejores, dueños del partido, y los únicos/as que tienen “la verdad”.
Cuando uno en una iglesia encuentra este tipo de situaciones podría decir que sería paradójico y también muy contradictorio, predicar el evangelio y sostener injusticias es, entonces, una misma cosa pues todo “entra” en el capricho del “dueño”. Lo bueno es que si uno ya es adulto puede ver estas prácticas en otros “adultos” y puede liberarse de las mismas dejando de entrar en sus dinámicas. Cuando sus caprichos no son atendidos y sus “leyes” no cumplidas se enfurecen, más aún cuando son expuestos ante la comunidad y no pueden esconder su mentalidad y práctica de “niños/as caprichosos/as dueños/as de la pelota”.
Acomodan su conciencia al bolsillo del “dueño de la pelota” aquellos que quieren sacar provecho y no les importa mucho la coherencia, sino que están al servicio de la dinámica que los tiene envueltos. Salir de esta dinámica es muy sencillo: dejar de “jugar” en estos partidos e intentar trabajar comunitariamente en un sentido más amplio y abierto de la participación. Ojala que podamos, como adultos, hacernos cargo de nuestra participación comunitaria en los ámbitos que nos tocan vivir y actuar y que seamos lo suficientemente astutos para identificar estas prácticas dañinas.
En uno de nuestros escritos, hace mucho tiempo, hemos puesto en evidencia los caprichos de un “dueño de la pelota”, las reacciones fueron a la altura del poder que maneja y su forma de construir el poder tiene que ver con esta práctica. Está en nosotros como personas, ciudadanos/as, optar a ser adultos, independientes y poner en evidencia cada día más este tipo de personas para así identificarlos comunitariamente y liberarnos de sus caprichos.
Pensar que Dios nos hace iguales como sus hijos/as y con esto nos prepara para compartir los dones que derrama sobre nosotros, poniéndonos al servicio los unos de los otros para así construir una sociedad más justa y más solidaria, lo que va, obviamente, en contrasentido de los “dueños de la pelota”.
Seguramente, al leer estas líneas habrás identificado a algún/a “dueño de la pelota” en el ámbito en dónde desarrollas tus actividades, está en ti ponerlo en evidencia y salir de su dinámica caprichosa. 

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