domingo, 8 de abril de 2012

Pascua de Resurrección - nueva vida Dios nos dá

Los textos que nos acompañan a partir del Jueves Santo hasta el domingo de resurrección nos ayudan a agudizar la mirada hacia nuestro entorno e intentar contextualizarlo. Los gestos, las palabras y las escenas son muy fuertes, conmovedoras e impactantes.
El poder y el servicio: Jesús lavando los pies de los discípulos, preparando la celebración de la última cena, muestra que el poder que viene con la propuesta de Dios para la humanidad tiene que ver con el ponerse al servicio, lavar los pies del otro tiene que ver con el igualarnos desde abajo. Se han imaginado a algún gobernante (municipal, provincial y/o nacional) poniéndose en el mismo nivel de aquellos/as que más necesitan. Con este contraste vemos que lejos está la propuesta social imperante en nuestra sociedad de la propuesta de servicio traída por Jesús. Pedro, el discípulo, aparece como el personaje que representa a otras propuestas, cuando Jesús quiere lavarle los pies rechaza la propuesta pues le parece incoherente “permitir que el Señor le lave los pies”, a lo que Jesús rápidamente contesta diciendo que quién está “impuro” cierra la posibilidad de acceder a la propuesta del Reino de Dios. Inmediatamente Pedro solicita que le lave el cuerpo todo; allí Jesús pone dos límites: el primero, que todos/as seamos purificados a partir del servicio del uno para con el otro como sociedad en general; el segundo es que hay alguno que está “impuro” y/o purificado (refiriéndose a Judas).
La mesa inclusiva: La celebración de la Pascua (de liberación de Egipto) hecha por Jesús toma nuevo significado (se resignifica), el cordero ahora es el mismo Jesús que se ofrece como sacrificio vivo y santo por toda la humanidad, preparándose para el sacrificio último de la pasión. Dios hace un nuevo pacto con la humanidad (el último), los sacrificios dejan de ser necesarios pues Jesús lo ha hecho por nuestros pecados (cometidos y por cometer). La mesa está puesta para todos/as, la gracia es derramada por Dios mismo por sobre toda la humanidad permitiendo así una propuesta comunitaria al acercarse igualados por la purificación (el bautismo) y el servicio hacia el prójimo a compartir este don maravilloso hecho por Cristo hacia nosotros.
La corrupción y la falta de compromiso: En este drama de Dios para con la humanidad aparece bien en claro que aquél que estaba “impuro” es quién hace del “arreglo” personal, por unas monedas (algo muy común en nuestro medio actualmente), el beneficio proprio en contra de la propuesta de servicio y de igualdad de Jesús para con la humanidad. Allí queda patente el “acuerdo” de Judas (plata de intermedio) con los funcionarios de turno para eliminar a la “cabeza” de un movimiento que estaba poniendo en jaque a toda una propuesta social. Cuando Jesús entra a Jerusalén montado en un asno, acompañado de una multitud, quiebra la estructura de poder en dónde lo que se esperaba era un contrincante armado que viniera a disputar el poder de los romanos y de los “religiosos” y cooptados que ayudaban a sostenerlo. Jesús parte del “no poder” para denunciar y exponer la debilidad de todas las propuestas absolutistas de poder en el mundo. Rápidamente se acomodan y buscan una fisura en el movimiento de Jesús, la encuentran en aquél que estaba encargado de manejar la caja comunitaria (el administrador Judas). Encuentran la puerta abierta en la falta de transparencia y la oscuridad de sus cuentas, con algunas monedas hacen que “su poder” prevalezca por sobre la propuesta comunitaria y de servicio hacia todos/as.
Pedro aparece de nuevo como la propuesta del “poder” pues es el único discípulo que tiene consigo un arma, ataca a uno de los que vinieron a buscar a Jesús, es reprendido y su propuesta es nuevamente desestimada. No es casualidad que después niega tres veces a Jesús. Representa, entonces, a todos aquellos/as que podemos estar cerca de Jesús y al vernos contrastados con la perspectiva del Reino mostramos el desacuerdo y nos encerramos en nuestra “ideología” negando al mismo Jesús (hasta que el gallo cante).
Buscar a Judas y a Pedro en el otro es el riesgo que corremos, pues más que en el “otro” está en nosotros. El pecado de la corrupción y de la falta de compromiso es una parte importante en la generación de la muerte en nuestro medio. Cada beneficio proprio (arreglo), genera un maleficio comunitario; cada falta de compromiso genera debilidad comunitaria. Las consecuencias son inmediatas y palpables en el día a día. Basta con mirar nuestros hospitales, nuestras escuelas y los barrios en dónde viven los desposeídos. Es una consecuencia gritante de una propuesta social y económica que tiene las posturas de Judas y de Pedro como bastiones de su construcción política: la corrupción y el beneficio personal por sobre el bien común.
Para hablar más claramente: Judas hace su platita entregando al maestro; Pedro no se juega cuando tiene que poner la cara y defender su pertenencia al grupo de Jesús.

El pecado es la causa de la muerte: El escándalo de la muerte de Jesús aparece patente en las vueltas de discurso que se generan entre los fariseos, los jefes del templo y Poncio Pilatos. El tironeo para ver quién es que pone el sello en la sentencia de muerte es muy fuerte. Nadie quiere hacerse cargo pero lo hacen de igual manera. Como lo tenían en sus manos no querían dejar escapar la oportunidad de eliminar todos los cuestionamientos que se venían generando a partir de este movimiento desprovisto de “poder constituido” que estaba carcomiendo la lógica del control religioso y del control social, político y económico. La libertad por sobre el sábado (que la ley esté al servicio del ser humano, que el ser humano no sirva a la ley); la inclusión de aquellos que estaban en las “afueras” de la mirada del “status cuo” (mujeres, niños/as, enfermos/as, discapacitados, extranjeros/as, prostitutas, …), escandalosamente aceptados como parte de una comunidad que celebraba la vida que Dios derrama sobre la humanidad. Los poderosos hicieron sus malabares (tirando la pelota el uno al otro) para distraer la multitud con su retórica, pero llevaron a cabo su plan. La muerte saca la luz del fin del día, trayendo oscuridad para un mundo que elimina al heredero de la viña, pensando en quedarse con la heredad (control religioso, político y social).
El silencio, la desorientación y la falta de discernimiento del sábado: José de Arimatea, antes de que anocheciera, logró con ayuda de otras personas, dejar al cuerpo de Jesús en un lugar acorde a la circunstancia. Es interesante percibir el “silencio” de los evangelios acerca de este día; seguramente se lo atribuye a que todos/as habrían guardado el día de descanso, aunque en Mateo menciona que fueron puestos guardias ante la tumba. Algunos han intentado generar la posibilidad de la “muerte de Dios”, un espacio en dónde Dios había abandonado su presencia activa en el mundo. Filósofos y teólogos han intentado dar respuesta a este “día del medio”. Otros han puesto la fuerza en una “batalla de Dios en contra de la muerte” (descendió a los infiernos). La muerte ya estaba vencida con el nacimiento de Jesús, a partir de allí ya se había superado este “obstáculo”. La desazón de los/as que seguían a Jesús fue muy grande, muchos empezaron el camino de vuelta a sus hogares, que habían sido abandonados para seguir al maestro; retorno desesperanzado, sin miradas a lo venidero pues lo que se anhelaba quedó en la cruz y en el sepulcro. Es de imaginarse que la gran mayoría no acompañó al cuerpo a la sepultura pues vieron el fin en la cruz y esto ya bastó. El día de descanso más largo de la historia habrá sido aquél sábado. El lloro y la angustia hacían parte de un martirio que se venía venir. No estaba más el maestro y todos/as aquellos/as que a quiénes él había reconocido la humanidad e incluido en la posibilidad de un nuevo reino veían con desconcierto este fin trágico.
La resurrección, vida nueva nos trae: Para Martín Lutero la teología (pensar a Dios) nace al pie de la cruz, al contemplar a Jesús todavía vivo en este lugar de muerte, acompañar el desenlace con el final de la vida y el advenimiento de la tan temida muerte. Mirar el camino hacia la tumba a partir de la cruz nos ayuda a encontrar la expresión de sorpresa de las mujeres (excluídas) que reciben la noticia de la resurrección. La deconstrucción de la muerte y la resignificación de la vida a partir de la resurrección es el desafío que nos plantea Cristo. Podría parecer casualidad que los discípulos no le creyeran a las mujeres y que Pedro (el mismo Pedro de la espada y de la falta de compromiso) viniera a certificar lo que ellas habían dicho. El desconcierto de las mujeres generó incertidumbre en los varones que pensaban “saber todo lo que pasaba”. Los lugares “de la muerte”, la cruz, la tumba y los paños que allí quedaron perdieron el sentido. El escandaloso Dios que enfrentó a la muerte marca la posibilidad de una vida que toma otro rumbo.
Las cristofanías (manifestaciones del Cristo resucitado), cambian la historia. Algunos, todavía intentaron sobornar a los soldados que habían quedado de guardia, pagándoles para que dijeran que se habían llevado el cuerpo; otros desacreditaron a aquellas mujeres, porque eran simplemente mujeres. Este Cristo que ahora estaba sujeto solamente a la propuesta de Dios para la humanidad, ya no lo podrían más sujetar con las ataduras anteriores ni retenerlo con sus artimañas retóricas y políticas. Este cambio histórico proporcionado por Dios con la resurrección de Cristo hace que el mundo se reconfigure. Ahora la dinámica es otra; no entra en los parámetros humanos preconfigurados en las propuestas sociales y antropológicas. El entendimiento de la realidad a partir de este evento es totalmente distinto. La resurrección, el nuevo pacto con la humanidad, la redención de nuestra realidad pecadora subyugada ahora por este Jesús que dispone del espacio temporal/atemporal que puede ser escudriñado por nuestras investigaciones, pero nunca entendido en su totalidad.
Dios muestra y nos enseña que su voluntad es superior a todas nuestras “voluntades”; el poder que se genera a partir de este “no poder” derrumba a todos los poderes del mundo. En la historia de la humanidad después de la resurrección fueron y son muchos los intentos de estos poderes, ya vencidos en la cruz, retomaren el control perdido. Inclusive dentro del mismo cristianismo hay espacios en dónde se entiende a la vida como un espacio en dónde algunos deben controlar a otros para así “mantener” los parámetros religiosos. Las confusiones son tantas así como las conclusiones apresuradas en búsqueda de la “verdad”.
Muchos hemos predicado por muchos años a la cruz vacía como el sentido “protestante” de la resurrección y del cristianismo; otros hemos hecho hincapié en el sufrimiento y padecimiento de Jesús en ella; mientras que otro tanto ha desarrollado un espacio de búsqueda de un Cristo etéreo, que está afuera de la realidad.
Hoy podríamos empezar a encontrar a Cristo en los espacios que deconstruyen a los poderes constituidos (las lógicas de Judas y Pedro quedaron en el pasado – aunque muy presentes en muchos lugares, en las iglesias inclusive). Hoy jugarse con/por este Cristo resucitado es ponerse en una actitud que nos lleve a restructurarnos como seres humanos y como sociedad. Uno de los versículos, en los evangelios, que más nos llama la atención, es cuando los discípulos no encuentran más a Jesús y quedan mirando para el “cielo”. Se le acerca un ángel y le dice, “¿porque miran a lo alto galileos?”, como diciéndoles… tienen más que hacer que quedar estáticos mirando.
La resurrección cambia la dinámica de la vida, no está más sujetada a la muerte ni a sus propuestas; aunque las mismas todavía estén presentes en nuestro medio. Ahora Dios mismo es quién ha “tomado la posta”; con el Cristo resucitado que come y bebe cuando se manifiesta, nos invita a poner la mesa y a abrirla cada vez más. Una mesa cada vez más grande, abierta, inclusiva y comunitaria es el llamado. Los límites de la mesa son puestos por la gracia de Dios, la responsabilidad de nosotros como seguidores comprometidos de esta “propuesta” es la de llevarla a cada vez más lugares, hacerla más abarcativa y ponerla en el centro de nuestras vidas.
Es complicado para muchos de nosotros, todavía, salir del espacio del “altar” para reconocernos en derredor de la mesa que nos invita a compartir los dones de la gracia derramada inconmensurablemente sobre todo/as. Los límites se encuentran solamente en aquellas propuestas que atenten en contra de la mesa. Esta mesa también nos hace restructurar el mismo sentido de la vida como un servicio hacia Dios y no más como una propiedad controlada por nosotros. Acordarse del gesto del señor que lava los pies es ponerse en el lugar correcto de la mesa. Somos servidos por el Señor de los Señores, que se ha entregado por nosotros, venció la muerte y nos trae la promesa de la resurrección.
Pascua es entonces sinónimo de mesa, de compartir, de incluir y del “no poder”. Pensar una sociedad a partir de la Pascua es el desafío, aunque sabemos que no es nuestro rol implementarla (sino estaríamos de nuevo siendo absolutistas), pero en este tiempo de la esperanza, en el mientras tanto, nos toca poner nuestro compromiso en todos los ámbitos de nuestra vida, buscar transparentar nuestros espacios de poder para, con la ayuda de Dios, experimentar espacios de vida en comunión. Así el concepto de “feliz pascua” se transforma en una actitud del día a día en búsqueda de nuevos parámetros de vida y de comunidad. Que este Cristo resucitado comparta cada día más su gracia para así alimentarnos y alentarnos a una nueva vida.