miércoles, 30 de enero de 2013

Santa María espejo de Cromañón

La “tragedia” de Santa María ha calado hondo en Brasil así para los que ya vivimos, hace unos años, lo de Cromañon, en Buenos Aires. Muchas vidas fueron perdidas y muchas familias y comunidades están lamentando su pérdida. La búsqueda del lucro desmedido y la corrupción son los factores principales en estos dos casos paradójicos.

Funcionarios que “miran para otro lado” y un poder ejecutivo que no ejecuta las leyes que, en ambos casos: ya estaban. Pareciera que siempre es necesario que un gran número de vidas se pierdan para que las personas y la sociedad “abran los ojos y los oídos”. A nuestro modo de ver hay un velo que tapa los ojos y el entendimiento de los/as ciudadanos/as pues la conexión de la tragedia con el mal desempeño de los funcionarios y entes reguladores es evidente; y por ende la gran mayoría no lo logra visualizar.
Estos hechos que nos dejan sin reaccionar por algunos días, que generan un cierto “vacío social” y una comparación inmediata con nuestros jóvenes e hijos/as que también podrían estar en un lugar como estos y haber sufrido lo mismo; con el tiempo va desapareciendo y se vuelve a la “normalidad” de nuestras vidas. 
Los familiares directos de las víctimas de la tragedia son los que con mucha dificultad lograrán superar las pérdidas y el dolor.

Remarcar este hecho de Santa María así como el de Cromañón y otros es consecuencia directa de la responsabilidad social de cada uno/a de nosotros es muy duro, pero real! Cada uno/a de nosotros/as que con nuestro descompromiso diario pensamos solo en lo inmediato y no tenemos idea de lo que podremos ser en lo mediato y a largo plazo como comunidades y sociedad. El “velo” que cubre nuestros ojos es la comodidad de no pensar en el otro/a y de no fiscalizar como ciudadanos/as lo que tienen o tendrían que estar haciendo los que, elecciones de por medio, tienen la responsabilidad y la función para esto.

Como misioneros podemos mirar a Cromañón y a Santa María como algo lejano: ¿cómo estarán las habilitaciones y las construcciones en los lugares dónde nuestros jóvenes van a bailar y/o divertirse? ¿cómo estará la fiscalización por la entrada de menores en horarios y lugares no habilitados para este fin? Si Ud. es adulto/a y ciudadano/a responsable, tome el tiempo y haga la fiscalización en los lugares adónde permite que sus hijos/as estén, sea el mismo un lugar bailable, escuela y/o espacio de recreación. El controlo social ejercido por la ciudadanía es lo que más ayuda a transformar las sociedades y lo que hace con que todos crezcamos.

“Mirar para otro lado” como práctica de vida, normalmente nos trae consecuencias amargas pues en algún momento la “sortija de la calesita” puede tocarnos y allí ya es tarde. El compromiso ciudadano es parte del quehacer del cristiano en la sociedad. Jesús mismo, resucitado le llama la atención a sus discípulos: dejen de mirar hacia arriba y vayan hacer lo que se les ha encomendado (predicar el evangelio y anunciar la salvación). A nosotros/as, como ciudadanos/as también se nos encarga el ejercicio de la ciudadanía en todos los aspectos de la misma. La consecuencia directa de la falta de este ejercicio son las tragedias y también las vidas que se pierden en el día a día de nuestra sociedad.

Comprometerse para el cambio de la vida de uno tiene que tener consecuencia en la vida de todos, sino es aliarse a la muerte del otro y también la de uno mismo. Que la fe en Cristo nos ayude a sacar estos peligrosos y dañinos velos de nuestros ojos y que podamos empezar a ejercer nuestra ciudadanía con urgencia.

miércoles, 23 de enero de 2013

La cruz hueca

En la mitad del siglo pasado el famoso pintor Salvador Dalí, en una de sus críticas hacia el cristianismo hizo la obra “Cristo de San Juan de la Cruz” haciendo referencia a un místico del siglo XVII. Lo que hizo Dalí fue un crucifijo tridimensional que está flotando en el aire, no tiene contacto con la tierra ni algo que lo sostenga de alguna manera. Ilustrada ironía hacia sectores cristianos que habían, a pocos años, hecho una alianza silenciosa con el holocausto y con la muerte de millones. Este crucifijo “en el aire” muestra exactamente esto: una fe desconectada con la realidad y con el entorno social en que se encuentra.

Pocos años después en américa latina se empieza a gestar la teología de la liberación: pastores, sacerdotes, obispos y personas de iglesias cristianas que empiezan a comprometerse con los sectores marginados de la sociedad; en dónde se encuentra el Cristo de los pobres. Se entiende el camino del Éxodo bíblico como un espacio de liberación de los poderes “del faraón” (dígase poderes militares que estaban agobiando a los países de esta región). Mucha fuerza ha traído esta perspectiva teológica hacia los movimientos de lucha y resistencia, desarrollo de conciencia y búsqueda de dignidad, respeto y derechos humanos.
Si Dalí pudiera hoy hacer una visita a Misiones estaría maravillado de la potencia de su ironía y de los discípulos que tiene por acá. Hace unos pocos año uno de estos “cura de los pobres” sacó las ganas reeleccionistas de un arquitecto que tiene sus delirios místicos y de poder. Como vuelto y cambio ha construido una enorme cruz hueca (en lo arquitectónico) y también vacía de contenido. Un contrasentido completo para con la propuesta misma del cristianismo, aunque bendecida con pompas y glorias por algunas “autoridades religiosas”.

Una propuesta cristiana para con la sociedad y para con la justicia social tendría que pensar en la distribución igualitaria de las ganancias y de una mejor salud, educación, habitación y desarrollo de fuentes de trabajo digno. Para los seguidores de la cruz hueca y para los discípulos de sus constructores basta con algunas fotos y algunas infladas estadísticas “turísticas”. Muy cerca de allí se encuentran unos centenares de familias que podrían tener su vida mejorada con mucho menos de esta mega obra “faraónica”.

Dalí se hubiera regodeado en las palabras del arquitecto de la cruz hueca pues en un momento de euforia y de misticismo dijo que con “esta cruz hemos concluido la obra de los jesuitas en misiones”. Para los conocedores de la historia de los jesuitas en américa del sur y de sus misiones sabemos que erigir una cruz hueca de contenido y de sentido distaba mucho de su objetivo.

Cabe al pueblo de Misiones la responsabilidad de poner en contraste con la falta de sentido y con los grandes negocios que se hacen con lo que tendría que ser para el bien de todos/as una propuesta que sea superadora y que traiga espacios de construcción social en dónde las voces de aquellos, que son “tapados” por las imágenes turísticas huecas y sin sentido, sean escuchadas y valoradas. Miles de niños/as que podrían tener una esperanza de vida distinta con solamente cambiar las prioridades de gobierno y de estado; aunque los que hoy lo podrían hacer siguen sosteniendo que en Misiones “los pobres siempre existieron”.

Uno de los pecados estructurales es el mantenimiento de la “pobreza”, ojalá que nuestro buen Dios nos ayude a cambiar los destinos de toda la ciudadanía, poniendo sentido en nuestras vidas y en la dignidad de todos/as.

sábado, 5 de enero de 2013

El dueño de la pelota

En nuestros tiempos de niñez era común encontrarse en algún descampado del barrio o sino en algún potrero de la chacra de algún compañero de escuela y/o amigo y ponernos a jugar el fútbol. Tiempos lindos y de compartir, más todavía en el verano cuando al “partido” se sumaba una linda lluvia. Por lo menos en nuestro barrio éramos bastante humildes y no teníamos zapatillas para el fútbol, era a pata mismo el tema; los toritos en el pasto también eran un gran desafío. A veces había que pensar en la pelota, en la gambeta al compañero y también mirar donde se pisaba pues hincaban lindo “los toritos”.
Había siempre un tema bastante incómodo que era “el dueño de la pelota”. Cuándo nos íbamos a un lugar y “alguien” era el “dueño de la pelota” se complicaba el tema, pues allí las reglas tenían que ser de acuerdo con lo que aprobaba o no el “dueño de la pelota”; pobre de aquél que le llegara a gambetear y sacarle la pelota; cometía falta y era expulsado del partido por el simple hecho de jugar un poco mejor que él.
Por otro lado cuando la pelota era de “todos” o de algún adulto que nos la prestaba era lo más divertido pues allí estábamos en igualdad de condiciones y no había ningún caprichoso que interrumpía el partido y/o nos dejaba sin pelota para jugar. Muchas veces hemos caminado unos cuantos kilómetros (o ido en bicicletas) para jugar 10 a 15 minutos y tener que interrumpir el partido porque se le antojaba al “dueño de la pelota” que no quería más jugar y con “su” pelota nadie, entonces, jugaría.
Lo particular de esta situación es que se podría entender sin problemas, cuando uno llegó a ser adultos, que son cuestiones típicas de la niñez y del crecimiento y autoafirmación de las personalidades; quizás algún buen psicólogo podría explicar que significa esto para los/as niños.
Sorprendente para mí es encontrar a muchos adultos que siguen con esta dinámica, muchos son profesionales, tienen carreras universitarias y siguen con esta dinámica, o mejor, la reflejan en sus prácticas comunitarias; dónde solamente ellos/as pueden decidir lo que hace el colectivo pues tienen este síndrome de “dueños de la pelota”. Hacen de todo para que el “partido” sea de acuerdo con “sus reglas”, en el momento que no pueden hacer que esto sea realidad simplemente entorpecen cualquier desarrollo comunitario y/o institucional. Hay un dicho que se dice mucho por acá: “poner palos en la rueda”; es la práctica del “dueño de la pelota” si el “partido” sigue desarrollándose y él/ella no puede impedirlo, entonces tiene que hacer de todo para entorpecer la realización.
He visto este tipo de prácticas en muchos lugares; es increíble ver como se multiplica este síndrome (seguramente no se llama así) del “dueño de la pelota”, incluso hay algunos que ya están jugando en otra cancha y siguen poniendo “palos en la rueda” en la cancha que quieren dejar. Pero descontentos consigo mismo hacen casi imposible a los otros una vida comunitaria sana y equilibrada.
El tema deja de ser una cuestión de fe, de principios y/o de ética, simplemente hay que hacerle imposible la vida a los otros porque “el dueño de la pelota” es quién tiene que determinar cómo se juega, a qué ritmo y en qué condiciones. Son tan caprichosos/as como los niños/as que tienen estas actitudes, no les importa para nada la dedicación y la predisposición de los/as otros/as; este razonamiento les impide visualizar la humanidad en el otro y por ende les impide mirarse a sí mismo con un/a igual a otros/as. Tienen que ser mejores, dueños del partido, y los únicos/as que tienen “la verdad”.
Cuando uno en una iglesia encuentra este tipo de situaciones podría decir que sería paradójico y también muy contradictorio, predicar el evangelio y sostener injusticias es, entonces, una misma cosa pues todo “entra” en el capricho del “dueño”. Lo bueno es que si uno ya es adulto puede ver estas prácticas en otros “adultos” y puede liberarse de las mismas dejando de entrar en sus dinámicas. Cuando sus caprichos no son atendidos y sus “leyes” no cumplidas se enfurecen, más aún cuando son expuestos ante la comunidad y no pueden esconder su mentalidad y práctica de “niños/as caprichosos/as dueños/as de la pelota”.
Acomodan su conciencia al bolsillo del “dueño de la pelota” aquellos que quieren sacar provecho y no les importa mucho la coherencia, sino que están al servicio de la dinámica que los tiene envueltos. Salir de esta dinámica es muy sencillo: dejar de “jugar” en estos partidos e intentar trabajar comunitariamente en un sentido más amplio y abierto de la participación. Ojala que podamos, como adultos, hacernos cargo de nuestra participación comunitaria en los ámbitos que nos tocan vivir y actuar y que seamos lo suficientemente astutos para identificar estas prácticas dañinas.
En uno de nuestros escritos, hace mucho tiempo, hemos puesto en evidencia los caprichos de un “dueño de la pelota”, las reacciones fueron a la altura del poder que maneja y su forma de construir el poder tiene que ver con esta práctica. Está en nosotros como personas, ciudadanos/as, optar a ser adultos, independientes y poner en evidencia cada día más este tipo de personas para así identificarlos comunitariamente y liberarnos de sus caprichos.
Pensar que Dios nos hace iguales como sus hijos/as y con esto nos prepara para compartir los dones que derrama sobre nosotros, poniéndonos al servicio los unos de los otros para así construir una sociedad más justa y más solidaria, lo que va, obviamente, en contrasentido de los “dueños de la pelota”.
Seguramente, al leer estas líneas habrás identificado a algún/a “dueño de la pelota” en el ámbito en dónde desarrollas tus actividades, está en ti ponerlo en evidencia y salir de su dinámica caprichosa.