domingo, 20 de abril de 2014

Cristo vida nueva nos dio: resucitó de la muerte venciéndola para siempre.

En nuestra realidad cotidiana nos cuesta vislumbrar con claridad esta nueva vida que Cristo nos ha regalado con su resurrección. Desde las limitaciones humanas es complejo poder visualizar algo más que nuestro día y quizás pensar un poco en el mañana. La cotidianidad de la muerte es una presencia mucho más marcante que una promesa de una vida distinta a la que estamos acostumbrados. Es novedoso que en el anuncio de la Pascua aparezca la mirada hacia la vida y no la búsqueda entre los muertos, pese a lo difícil y duro que debe haber sido para los/as discípulos/as de Jesús entender esto. María Magdalena fue la primera a ser confrontada con esta realidad. No lograba entender por qué no estaba más allí dónde lo habían depositado después de haberlo sacado de la cruz.
Cristo resucitado nos hace volver la cabeza hacia la vida y no quedar fijados en el sepulcro en dónde nada cambia. Esta nueva vida que nos dio a partir de su sacrificio en la Cruz nos hace buscar una dinamicidad distinta y transformadora. Buscar la vida, a partir de esta resurrección, entre los vivos y no entre los muertos.
En el domingo de Ramos fuimos impactados, aquí en Misiones, por la caída de un puente que ha llevado dos vidas y ha generado muchas reacciones en toda la provincia. Así como Pilatos (al entregar a Jesús a la muerte) acá también rápido salieron a “lavarse las manos” y a hacer de cuenta que esto nada tenía que ver con las responsabilidades directas de muchos.
En un pueblo cercano de acá, del otro lado de la frontera, (Brasil), en el lunes de esta semana santa, encuentran enterrado a la orillas de un arroyo a un niño de apenas 11 años, que, por lo que todo indica, fue asesinado por la mujer de su padre y una amiga de la misma (que lo hizo a cambio de plata). Pareciera, además, que habría participación del padre en el hecho.
Esta dos situaciones, una acá y una allá, han conmocionado a la población y han generado un sinnúmero de reacciones. Empezar a poner la luz de la Pascua y de la resurrección sobre esta realidad es uno de los mayores desafíos para nosotros cristianos/as. Podríamos intentar mirar el “lado lindo” de la Pascua y “olvidarnos” de lo que pasa en el día a día, vivir en un permanente estupor (Disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de indiferencia).
La perspectiva, o la mirada que nos da el mismo Dios acerca de esto es desafiadora y nos llena de energía y vida para hacer frente a esta realidad. Sentirnos enviados a buscar a Cristo entre los vivos (y no más entre los muertos) es el llamado a tomar la plenitud de la vida y la responsabilidad sobre la misma como meta de nuestro día a día. La realización completa del ser humano (contrariamente a lo que el comercio y el marketing post-moderno nos intentan imponer) tiene que ver con la protección de la vida y con la construcción de espacios sociales en dónde la misma sea dignificada y promocionada de forma integral.
Reproducir palabras con tinte religioso no nos hace mejores ni peores personas. Cristo ha puesto en manifiesto que todos/as somos pecadores/as. Nos cabe reconocer nuestra parte en el pecado y a partir de allí intentar generar posibilidades para que el mismo deje de generar muerte. Dice pablo en la carta a los Romanos: “Pues el salario del pecado es la muerte; mientras el don de Dios, por Jesucristo Señor nuestro, es la vida eterna.(Rom. 6.23).
Así como Moisés, elevaba su cayado en el peregrinar del pueblo, para evitar que las alimañas (serpientes y escorpiones) dañaran a los que habían podido salir del jugo del Faraón; Dios ha elevado a Cristo, adelante nuestro, con su resurrección poniéndonos en un camino de esperanza y de acción. La responsabilidad de haber puesto a Cristo delante nuestro es de Dios, la nuestra es poder caminar mirándolo y a partir de esta mirada trazar espacios de vida que sean más coherentes con lo que tenemos “delante nuestro”. Si desviamos la mirada hacia nosotros mismos y/o hacia las nimiedades de la vida seremos lastimados por las alimañas del individualismo, de la soledad y de la muerte que gana terreno.

A este Cristo de la vida eterna tengámoslo delante de nuestros pasos, sea en momentos de alegría o de angustia, sea en momentos de bonanza o de escases. Esta esperanza de la última venida en dónde el mismo Cristo con voz de Arcángel resucitará a los vivos y a los muertos es lo que tendría que ponernos en lugares decisivos en cuanto a las decisiones de lo cotidiano. Que optar siempre por mirar a este Cristo elevado, delante de nosotros, se el desafío de esta Pascua.