sábado, 10 de mayo de 2008

Mientras dure el sol

«Mientras dure la tierra, no cesarán
la siembra y la cosecha
el frío y el calor,
el verano y el invierno,
el día y la noche.»
Génesis 8:22
En estos días Myanmar fue asolado por el Ciclón Nargis que dejó entre 63 y 100 mil muertos y más de un millón de personas desabrigadas y sin las necesidades básicas satisfechas. Aparte las autoridades dictatoriales del país (que están en el poder desde 1962) no dejan las ayudas internacionales llegar a tiempo y forma a los lugares en donde muchas personas están necesitadas.

Pero podríamos hacernos los desentendidos pues este país queda muy lejos de nosotros y no estamos muy al tanto de aquella realidad pues acá hay situaciones más “candentes” que nos mueven y nos conmueven mucho más. Qué tenemos a ver nosotros con toda la realidad de Asia o en otras partes del mundo? Vamos intentar acercarnos a este tipo de pensamientos pero a la inversa: si no nos empezamos a preocupar con lo que está pasando allá hoy y ahora, mañana cuando nos pase algo por el estilo quién se preocupará con nosotros? Seria la máxima egoísta nuestro motivo a preocuparnos por aquellos que han perdido todo en algunas horas. Imaginémonos la devastación de casi toda la provincia de Misiones por un ciclón, varios pueblos con sus habitantes hubieran desaparecido y los sobrevivientes estuviéramos entre escombros y sin las condiciones de acceder a lo básico, el agua y el alimento.

Estas grandes catástrofes son consecuencias generadas por el calentamiento global a causa del efecto estufa. Pero qué tendría esto que ver con el sentido de la Fe y la reflexión en y con la Iglesia? Hablemos del tiempo de Pentecostés y no de lo de Asia, no? Bien, acá empezamos a dar con el sentido de ser cristianos comprometidos con y en el mundo. Algunos pensamos estar afuera de esta realidad en lo que atañe a la Fe y la vida cristiana, pero si empezamos a hacer una lectura bíblica menos mística vamos a entender los relatos de una forma más auténtica y conectada con la realidad de la construcción humana en relación con el Dios creador, con aquél que infunde el aliento de vida en el Adán (Adamah – tierra en hebreo) primigenio. Este espíritu de Dios es el iniciador y generador de lo que nosotros conocemos por vida.
En la secuencia del segundo relato de la creación, Génesis 2 está el relato de la caída y la advertencia de Dios a los intentos “echar mano al árbol de la vida” y así intente ser sempiterno. De allí aparece el gran desafío planteado por la humanidad a sí misma, “dominar a la creación” en el afán de pensar y creer (una auto creencia generada en el pecado) tener el “poder” sobre todas las cosas y realidades.
Pequeña es la vida humana pensando en la grandeza de Dios, grande es Dios al darnos cada día más y más oportunidades para encontrar el verdadero sentido de nuestras vidas en el servicio de su Reino y de la construcción de una realidad más apacible y llevadera. Pero allí el viejo Adán vuelve a cometer el mismo error, pensando ser el dueño del conocimiento del bien y del mal, pues comió del árbol del bien y del mal, y ser totalmente superior a toda la creación.

Quizás si empezáramos a mirar nuestro entorno, nuestra realidad con ojos distintos y acercarnos a la palabra de Dios y a este Espíritu Santo Creador entregado a todos/as, pudiéramos entonces tener una mirada más profunda de nuestra extrema relación con aquél creador. Somos parte de esta masa que Dios ha moldeado e insuflado con Su Espíritu dándonos vida, es casi increíble que nos hemos alejado tanto de este sentido creador de Dios para con nosotros; de este sentido dador de vida (toda la vida y toda forma de vida) para que la pudiéramos disfrutar en abundancia. Pero siempre estamos intermediados por nuestra realidad pecadora, redimida por Cristo con su muerte en la Cruz, pero pecadora en el sentido de relacionarnos con los dones de Dios manifiestos en toda la creación. Hemos perdido, o no nos damos cuenta de este lazo enorme (casi como un cordón umbilical) de las criaturas (nosotros) con el creador (Dios).
Como cristianos creyentes en esta redención de la humanidad hecha por Cristo somos llamados y llamadas a empezar a reinterpretar nuestra relación con la misma creación, somos llamados/as a reencontrarnos con aquella tierra que es parte de nuestro ser (el humus del humanus). No es por nada que las liturgias fúnebres de la iglesia cristiana nos dejan entrever esta realidad, de la tierra venimos y a la tierra volveremos.
Somos llamados y llamadas a empezar un cambio de mentalidad (una conversión) en cuanto a nuestra relación con la creación como un todo y resituarnos en este mundo como parte de la misma, alimentados por este Espíritu de Dios. El cuidado del medio ambiente hoy, es el llamado principal del sacerdocio universal de todos los creyentes, la confluencia de nuestros esfuerzos para cambiar la lógica destructiva de nuestra humanidad tiene que ver con el intento de buscar la transformación alimentados y alentados por este espíritu vivificante de este Dios que nunca nos abandona.

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