viernes, 31 de agosto de 2007

La ceguedad de Saulo – Una sociedad ciega

Cuando Saulo de Tarso se dispuso a perseguir otra vez a los cristianos, se encuentra con el propio Cristo quién lo pone en situación de una ceguera momentánea (tres días estuvo así). Cuando recupera la vista cambia el rumbo de su vida (incluso el nombre – ahora es Pablo) y empieza a ponerse al servicio del Reino de Dios.
Nuestra sociedad también se encuentra en este intermedio de ceguedad (falta de visión), en donde la búsqueda por soluciones a los temas emergentes suelen sugerir un remedio peor que la enfermedad. El endurecimiento de la legislación y una búsqueda desesperada por solucionar brotes de violencia “inexplicables” en los últimos tiempos aparecen como soluciones “mesiánicas” a un tema que va más allá de lo inmediato.
El sentido específico que la mirada desde lo cristiano puede dar a esta realidad puede llegar a compararse al hecho pasado por Saulo – Paulo que enfrentó un cambio drástico de vida y de rumbo cuando se enfrentó con el absurdo de la persecución y muerte a otros seres humanos iguales que él, pero con una perspectiva de fe distinta. Cuando Dios mismo le hizo ver lo que estaba haciendo permitió que pudiera, después, VER la realidad con otros ojos y así tomar una actitud distinta frente a la misma.
El miedo y la desesperación implantados y divulgados en los últimos días, traen a colación una lectura muy simplista de la realidad y nos lleva a buscar, como sociedad, “apagar el fuego con nafta”. Nos preguntamos con toda la apertura del corazón ¿Todo lo que está pasando no tiene nada que ver con la cultura del arreglo? ¿De la corrupción de todos los estamentos de la sociedad? ¿Con el ¡Acá no pasa nada¡?. Una sociedad en donde algunos somos más humanos que otros, pues alcanzamos los beneficios de una sociedad moderna y/o postmoderna mientras otros todavía viven en el tiempo de la pre-modernidad (sin el acceso a los desarrollos tecnológicos y a sus beneficios).
Es tiempo de que nos permitamos sacar el velo de los ojos que impide ver la realidad como es. Niños/as que llegan a la adolescencia (donde adolecen de algo) son encontrados en una realidad que los lleva a la violencia, a las drogas, al asesinato y otras situaciones del estilo. ¿Será que no estamos fallando como sociedad? Pues podemos entregar el fardo a la familia y decir que es una cuestión de falta de responsabilidad familiar. Pero hay situaciones que van más allá del núcleo familiar que puede tener sus problemas específicos. El gran negocio de las drogas, de la prostitución, del tráfico, es mucho más abarcativo que el núcleo familiar en sí que no deja de ser víctima de las consecuencias de los mismos.
Mientras sigamos haciendo marchas para aumentar los castigos (como si con un mayor castigo arreglamos algo) y “sacar” de la sociedad los individuos afectados por aquellos males, nos encontraremos en el mismo camino a Damasco (de Saulo) que buscaba eliminar una comunidad con la muerte. Tendríamos que mirar a nuestro entorno familiar, social, eclesial y comunitario para empezar a sacar las cuentas de cuántas cosas nosotros podríamos estar haciendo para que la situación no estuviera como está. ¿A cuantos de nosotros nos es más fácil condenar que ayudar? ¿Buscamos soluciones o condenaciones? Cuando condenado está el, también enfermo, que hizo el daño, no terminamos con la causa de la enfermedad y otro caerá y hará lo mismo, sino peor. Las soluciones que nos planteamos y son planteadas dejan lejos la posibilidad de encontrarnos con el “cambiado” Pablo, que desecha la experiencia amarga de la cultura de la muerte y busca la cultura de la vida.
Pero para esto muchos/as tendremos que abdicar de muchas cosas para el bien común y la postura frente a la salvajería que se vive tendrá que ver con el reconocimiento del Cristo resucitado que nos invita todos los días de nuestra vida a buscar un modo mejor de vida y una forma más justa de compartir los dones que Él nos regaló. Que con la ayuda de Cristo podamos cambiar el “nombre” a esta sociedad tan insegura por el de solidaria, tan criminal por vital, tan mórbida por vívida y que seamos transformados por esta palabra de vida en nuevos seres humanos, con nuestra práctica diaria a la cual estamos invitados. Qué Dios nos bendiga y nos guarde en su santo amor.

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