En
nuestra realidad cotidiana nos cuesta vislumbrar con claridad esta nueva vida
que Cristo nos ha regalado con su resurrección. Desde las limitaciones humanas
es complejo poder visualizar algo más que nuestro día y quizás pensar un poco
en el mañana. La cotidianidad de la muerte es una presencia mucho más marcante
que una promesa de una vida distinta a la que estamos acostumbrados. Es
novedoso que en el anuncio de la Pascua aparezca la mirada hacia la vida y no
la búsqueda entre los muertos, pese a lo difícil y duro que debe haber sido
para los/as discípulos/as de Jesús entender esto. María Magdalena fue la
primera a ser confrontada con esta realidad. No lograba entender por qué no
estaba más allí dónde lo habían depositado después de haberlo sacado de la
cruz.
Cristo
resucitado nos hace volver la cabeza hacia la vida y no quedar fijados en el
sepulcro en dónde nada cambia. Esta nueva vida que nos dio a partir de su sacrificio
en la Cruz nos hace buscar una dinamicidad distinta y transformadora. Buscar la
vida, a partir de esta resurrección, entre los vivos y no entre los muertos.
En
el domingo de Ramos fuimos impactados, aquí en Misiones, por la caída de un
puente que ha llevado dos vidas y ha generado muchas reacciones en toda la provincia.
Así como Pilatos (al entregar a Jesús a la muerte) acá también rápido salieron
a “lavarse las manos” y a hacer de cuenta que esto nada tenía que ver con las
responsabilidades directas de muchos.
En
un pueblo cercano de acá, del otro lado de la frontera, (Brasil), en el lunes
de esta semana santa, encuentran enterrado a la orillas de un arroyo a un niño
de apenas 11 años, que, por lo que todo indica, fue asesinado por la mujer de
su padre y una amiga de la misma (que lo hizo a cambio de plata). Pareciera,
además, que habría participación del padre en el hecho.
Esta
dos situaciones, una acá y una allá, han conmocionado a la población y han
generado un sinnúmero de reacciones. Empezar a poner la luz de la Pascua y de
la resurrección sobre esta realidad es uno de los mayores desafíos para
nosotros cristianos/as. Podríamos intentar mirar el “lado lindo” de la Pascua y
“olvidarnos” de lo que pasa en el día a día, vivir en un permanente estupor (Disminución
de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o
aspecto de asombro o de indiferencia).
La
perspectiva, o la mirada que nos da el mismo Dios acerca de esto es desafiadora
y nos llena de energía y vida para hacer frente a esta realidad. Sentirnos
enviados a buscar a Cristo entre los vivos (y no más entre los muertos) es el
llamado a tomar la plenitud de la vida y la responsabilidad sobre la misma como
meta de nuestro día a día. La realización completa del ser humano
(contrariamente a lo que el comercio y el marketing post-moderno nos intentan
imponer) tiene que ver con la protección de la vida y con la construcción de
espacios sociales en dónde la misma sea dignificada y promocionada de forma
integral.
Reproducir
palabras con tinte religioso no nos hace mejores ni peores personas. Cristo ha
puesto en manifiesto que todos/as somos pecadores/as. Nos cabe reconocer
nuestra parte en el pecado y a partir de allí intentar generar posibilidades
para que el mismo deje de generar muerte. Dice pablo en la carta a los Romanos:
“Pues el salario del pecado es la muerte;
mientras el don de Dios, por Jesucristo Señor nuestro, es la vida eterna.”
(Rom. 6.23).
Así
como Moisés, elevaba su cayado en el peregrinar del pueblo, para evitar que las
alimañas (serpientes y escorpiones) dañaran a los que habían podido salir del
jugo del Faraón; Dios ha elevado a Cristo, adelante nuestro, con su
resurrección poniéndonos en un camino de esperanza y de acción. La
responsabilidad de haber puesto a Cristo delante nuestro es de Dios, la nuestra
es poder caminar mirándolo y a partir de esta mirada trazar espacios de vida
que sean más coherentes con lo que tenemos “delante nuestro”. Si desviamos la
mirada hacia nosotros mismos y/o hacia las nimiedades de la vida seremos
lastimados por las alimañas del individualismo, de la soledad y de la muerte
que gana terreno.
A
este Cristo de la vida eterna tengámoslo delante de nuestros pasos, sea en
momentos de alegría o de angustia, sea en momentos de bonanza o de escases.
Esta esperanza de la última venida en dónde el mismo Cristo con voz de Arcángel
resucitará a los vivos y a los muertos es lo que tendría que ponernos en
lugares decisivos en cuanto a las decisiones de lo cotidiano. Que optar siempre
por mirar a este Cristo elevado, delante de nosotros, se el desafío de esta Pascua.
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