En el Antiguo Testamento encontramos la maravillosa historia
de un pueblo que se rebela y empieza a luchar en contra de la opresión del
Faraón de turno. En aquél tiempo los faraones no eran elegidos sino escogidos a
dedo por el que detentaba el poder. No había internas partidarias ni mucho
menos participación del pueblo. El gobierno faraónico simplemente se preocupaba
por las grandes obras y construcciones que podía hacer.
Su ganancia estaba allí, poder movilizar muchas personas
(esclavas) para hacer lo que se le antojaba con los fondos recaudados
injustamente. Encontraban lugares privilegiados por la naturaleza para hacer
sus grandes obras, hacían cruces (digo pirámides) en lugares turísticos y
también controlaban el acceso con sus concesiones a los lugares que eran de
todos (a los oasis, no dije cataratas). La historia no tenía muchos cambios,
muchos del pueblo (esclavo) alababan la bondad del faraón y de su pitonisa.
Al faraón de aquella época se le ocurrió ajustar la ración
de comida que le proveía a los esclavos, tenían que rendir más y en paz con la
disminución de la misma. Con la ayuda de su pitonisa principal hizo un acuerdo
y toda una puesta en escena de lo bueno que estaba siendo con sus esclavos y súbditos.
He de aquí que las raciones (sueldos) quedaron tan chicas
que ya no alcanzaban para llenar el pequeño plato que tenían los esclavos, el
hambre y la imposibilidad de cumplir con sus compromisos de comida (no dije
tarjeta de crédito, préstamos ni mucho menos impuestos y servicios atrasados). Los
murmurios empezaron a aumentar, el mal estar entre los esclavos empezó a
gestarse. El faraón, muy perspicaz, inmediatamente aumentó la ración a sus
soldados para así tenerlos de su lado y fieles a sus órdenes (tampoco le dio tanto
– pero algunos se creyeron ya semi-faraones).
Empezaron a organizarse y a poner en evidencia que la
situación no daba para más. El índice de suicidio y de personas angustiadas por
la apremiante situación era cada vez más grande. Le avisaron al faraón y a sus
generales (no dije ministros) que no podrían seguir de esta forma, se plantaron
en la entrada de la ciudad en dónde vivía el faraón pidiendo que viniera a
hablar con ellos y a ponerse al tanto de lo que estaban pasando. En su palacio
el faraón gritaba a sus subalternos, gesticulaba y vociferaba palabras innombrables
hacia los esclavos que ya no querían más cumplir con este rol y tampoco estaban
contentos con lo que él les “daba”.
Envió a sus soldados enmascarados y sin ninguna
identificación, que con celeridad y premura detuvieran a los/as cabezas de
tamaño disparate. Lo habían dejado aislado por más de 6 horas, algo inconcebible,
no aceptable. No le importaba los años, meses, semanas y días que los esclavos
venían padeciendo tal situación. Le importaban sus “privaciones”. ¡Pobre faraón!,
¡pobre faraón! Estaba tan triste que ni se animaba a volar en su pájaro
volador, toda una demostración de poder y soberanía hacia sus esclavos. Lo
había adquirido con la gran economía que había hecho en las raciones de los
esclavos y ahora le entristecía volar sobre él y ver a los esclavos reclamando.
Gente desubicada, si los hubiera, eran estos/as esclavos.
Consultó y congenió con su rubia y frondosa pitonisa de cómo hacer para que
aquellos volvieran a sus lugares de “trabajo”. La rubia pitonisa envió a
varios/as delegados a empezar a amenazar y a intimidar a los esclavos, además
les mando decir que la ración se quedaría más chica todavía.
Los esclavos soportaron a los perros, caballos y soldados
del faraón y no dejaron de poner sus voces en lo alto exponiendo los abusos
sufridos. Como de gobernar no sabía mucho el faraón, pues pensaba que solo lo
que era de él y de algunos más era lo que importaba, no lograba entender como
los esclavos no estaban contentos con todo lo que él les “daba”. Incluso le
hizo un listado, tipo almacenero, para explicarles a los esclavos por qué las
raciones se habían achicado.
Gente terca eran estos/as esclavos/as, cuanto más se les reprimía,
amenazaba, más se levantaban y más protestaban, aparte aquellos que habían
quedado conformes con las migajas (del arreglo del faraón con la pitonisa)
empezaron a abrir sus ojos y a darse cuenta de lo que en realidad les estaba
pasando.
Los faraones dejaron el ejemplo de la tiranía y de la
crueldad en sus gigantescas obras. La pirámide de Yaciretá y los proyectos de Panambí
y Garabí fueron su gran legado para la historia. Muchos hasta hoy hacen viajes
al lejano valle del Paraná para ver lo absurdo de las obras que habían
realizado, algunos se maravillan pues sus cuentas monetarias crecen y crecen.
En el día mundial por el no a las represas puedo decirles,
hermanos/as que es el momento de buscar liberarnos de estas fuerzas y lógicas
faraónicas que tenemos sobre nuestras cabezas. Como ciudadano y pastor
evangélico luterano les invito a poner todos los esfuerzos para que estos
faraones post-modernos, que sobrevuelan nuestras cabezas con costosos
helicópteros, sean momificados por nuestro compromiso y lucha.
Decía Hegel, un filósofo alemán, que al fin y al cabo uno
solo es esclavo si uno mismo está convencido que esta es la única realidad y la
asume como tal; si no está convencido y no la asume como tal a esta realidad
uno es libre y puede transformarla. Al que recibe una migaja más que todos/as
que no festeje pues sigue siendo esclavo/a aunque tenga un pequeño beneficio
del mal que pasan otros.
Que Dios que nos da la vida y Cristo Jesús que nos
invita a asumir nuestra humanidad nos ayude con su Espíritu Santo a levantar
nuestras cabezas, sacudir esta esclavitud de nuestros hombros y generar una
sociedad distinta; que esta gracia nos llame a comprometernos con la libertad y
liberación.